Cuentos de hadas

En el primer trimestre, los alumnos de 1º de la ESO han leído un libro de Gustavo Martín Garzo que se titula “Tres cuentos de hadas”. Uno de los cuentos es “El hada que quería ser niña”. En él aparece un hada muy especial, distinta de las hadas de los cuentos tradicionales y, después de comentarlo en clase, se les propuso a los alumnos que pusieran en marcha su imaginación y realizaran un relato en primera persona sobre qué tipo de hada les gustaría ser: características, poderes, forma de vida...
Esta es una pequeña muestra de los relatos que hicieron los alumnos.


El hada del antifaz

 

Leo Heller Crespo, 1º ESO D



No soy un hada impresionante con los poderes de magia que todos se imaginan, ni tampoco como mi amiga el Hada Madrina, que cambia la vida a una cenicienta cualquiera.
Soy un hada extravagante: me gusta vestir muy hortera y llevar peinados como Lady Gaga; un día el pelo rubio de dos lazos enormes, otro día pelirroja con el pelo desordenado como una loca; otro de mis  peinados favoritos es el pelo multicolor... Mi ropa preferida son las mallas rotas, las capas y las faldas anchas que no caben por la puerta. Mi complemento ideal no es un bolso, es un antifaz.

Tengo una tienda al lado de mi casa y vendo ropa, pero muy diferente a la de los demás. Para  aquellos que acuden, yo, con mis poderes de sugestión, les vendo los vestidos y peinados que no se atreven a pedir. Así es como me gano la vida:  disfrazando.
Hay hombres tímidos que salen muy contentos con su traje de flamenca, mujeres mandonas felices con  su traje de Napoleón o niñas agarradas a sus nuevos trajes de brujas y verrugas postizas para la nariz. A un viejo lo disfrazo de joven príncipe y a un vagabundo, de rico con barriga extragrande.
A mí las fiestas que más me gustan son Halloween y Carnaval. En esos festivos mi tienda está llena de gente queriendo comprar mis vestidos únicos. Yo les ayudo un poco con mi magia para que se metan los pobres en el papel de los ricos o  los miedosos en el de aventureros...

Pero no todo es bueno en mí. No solo hago que la gente se sienta bien, feliz, espontánea, risueña, bromista...
También tengo mi parte cruel y malvada. Hay veces que me despierto con unas ganas de chinchar a la gente que no me aguanto. De hacer que en una conferencia con la prensa se le rompa el traje a un político; que a los que van a tocar en un concierto de heavy metal se les conviertan las chaquetas negras de cuero con estampados de demonios en prendas de arco iris; que a los ricachones sus prendas caras de Dolce & Gabanna se les manchen al comer la sopa; que a los niños en el colegio les desaparezca la ropa o que el profesor de Sociales aparezca en clase con un calcetín de cada color.

Pues ahora ya lo sabes: cuando vayas por la calle y se te hayan olvidado los calcetines, no es que tú seas un despistado, es que yo he echado mis polvitos mágicos.



 Mi vida como un hada

María Carbonell, 1º ESO A

Mi generación fue muy numerosa en hadas, nacimos muchas en el mismo año. A la hora de elegir en qué sector queríamos trabajar, todas queríamos ayudar a la gente, que fueran felices, que tuvieran los mínimos problemas. Yo, en especial, me dediqué a crear fantasía en los niños más pobres. Estaba claro que no podía hacerlos ricos, pero por la noche, cuando dormían, yo aparecía en sus sueños contándoles historias que les dejaban buen sabor de boca al despertar. Os voy a contar una que sucedió hace mucho tiempo.
        Estuve por el Sáhara y conocí a Hadmed. Era un niño que no tenia ningún futuro, no estudiaba porque no había dónde estudiar y su madre lo único que quería era que fuese algo de provecho aunque allí era difícil. Una noche me metí en sus sueños, yo le hablaba al oído despacito como si le contara un cuento y a él le pasaba por la mente como si fuera una película: Iba al colegio con muchos niños, se esforzó mucho para ser el primero de la clase, así lo becaron y pudo ir a estudiar a España. Vivió durante unos años con una familia de acogida que le ayudaba en todo. De vez en cuando iba a ver a su madre al Sáhara y, cuando le contaba a su madre todo lo que hacía, ella se sentía orgullosa. Acabó en España la carrera de medicina y luego Hadmed fue a su país a ejercer, porque allí necesitaban de su ayuda.
        Al amanecer, le toqué suavemente la cabeza para despertarlo. Se levantó con un sobresalto y fue a buscar a su madre para contarle el sueño que había tenido. Su madre no sabía si reír o llorar ya que ella sabía que eso no podía ser porque no tenían posibilidades.
        Ese mismo año, en verano se organizaron salidas de los campamentos saharauis al extranjero para que estos niños conocieran otros mundos y allí empezó su realidad; la familia que lo acogió estaba encantada con él y pudieron hacerse cargo de sus estudios. El cuento del hada se hizo realidad, y Hadmed siempre lo tenía presente. Hoy Hadmed trabaja en los campos de refugiados de médico, ayudando a su país y trabajando para él.
        Estas historias y otras que os podría contar como esta son las que dan fuerza y recompensa a un hada como yo. Porque no todas nuestras ilusiones se cumplen, aunque nosotras, las hadas, intentamos ayudar a todo el que lo necesita, y ponemos en ello todas nuestras fuerzas.
Ahora os dejo, tengo que ir a trabajar, me necesitan… 



Mi vida como un hada

Esther Garrido Salmerón, 1º ESO C

                                            

En mi mundo, las hadas Titania nacemos sin color, transparentes, sin poderes, y depende de cómo nos  eduquen nuestros mayores adoptamos una forma y color propio.

Las hadas nacemos de pequeñas semillas que hay dentro de ciertas flores. Somos muy pequeñas. A la edad adulta alcanzamos un tamaño de unos 6 cm y solemos vivir una media de 200 años.

Nos alimentamos de pequeños frutos y plantas del color que hemos adoptado.

Cuando yo era pequeña, vivía en el bosque de Aldaz junto a mi hermano pequeño Roald y mi prima Margarita. Siempre jugaba con Margarita, y a Roald le encantaba hacer música con esos instrumentos tan raros que tenía. Todos los días íbamos a la escuela, y después jugábamos junto al Gran Árbol con nuestros compañeros de clase. Mi juego favorito era el del vuelo con paloma: cada uno de nosotros competíamos volando sobre una paloma y, la mayoría de veces, yo ganaba.

Tengo muy buenos recuerdos de la infancia, como aprender hechizos, jugar con mis compañeras y contemplar la belleza de las flores. Ahora las flores ya no son iguales. Los insecticidas que llegan desde las ciudades están destruyéndolas,  su color y su olor han cambiado.

Y cuando peor lo pasé fue cuando cogí esa infección a los 7 años por culpa de los productos químicos que había en el río, o cuando se incendió el bosque en el que vivíamos y nos tuvimos que mudar a otro, más al norte.

Nuestro propósito es seguir buscando lugares limpios y sanos para sobrevivir.